La historia de Huawei
Esta es una serie de historias de nuestros
directivos, que vamos a publicar de manera regular, con el fin de dar a conocer
de dónde venimos y el origen de nuestros valores corporativos.
Ren Zhengfei, creador de Huawei, fundó la
compañía a los 44 años y desde entonces, hace más de 30 años. Le ha dedicado
gran parte de su vida, y gracias a este esfuerzo, hoy en día es una de las más
importantes del mundo en el sector de las Tecnologías de la Información y las
Comunicaciones.
La Sra. Cheng Yuanzhao, madre del señor
Ren, fue maestra de educación básica, al igual que su esposo. Como madre, amiga
y maestra, procuraba siempre ofrecer un apoyo espiritual a quienes la rodeaban.
Le gustaba estar al día en
los temas en que el señor Ren, su hijo mayor, se desenvolvía y en las ocasiones
que conversaban acerca de los éxitos y las caídas de Huawei, ella tenía todo el
tiempo un consejo a la mano. El sacrificio y el arduo trabajo que significó
crear y sostener una empresa resultaron en un entendimiento tardío del Sr. Ren
sobre el valor del tiempo dedicado a sus padres, pero es algo que como
empresario promueve intensamente entre su familia y los colaboradores de Huawei.
Y con ese sentido del amor filial, la Sra.
Meng Wanzhou, hija del señor Ren y CFO de Huawei, expresa en su diario cómo el
haber estado presente durante los últimos momentos de su abuela, a los que su
padre no pudo acudir por verse inmerso en los negocios, la hizo recordar su
propia infancia y los momentos felices –y los difíciles- que su familia paterna
vivió durante muchos años:
“Cuando
volví de Kunming quería escribir algo para mandárselo a mi abuela a la
distancia. Pero durante un largo tiempo, cada vez que cerraba los ojos, me
venía la imagen de la abuela recostada en la cama del hospital y no lograba
calmar mis pensamientos. En los últimos días de mi abuela, mi hermano y yo
éramos los nietos que teníamos más contacto con ella. Considero haber tenido
mucha suerte ya que, cuando le quedaban unos pocos segundos de vida, pude estar
a su lado; no como mi padre, que estaba de viaje de negocios en el exterior.
La
última noche de vida de mi abuela, mi tía permaneció sentada en silencio en el
pequeño banco a los pies de la cama sosteniendo sus pies mientras se enfriaban,
una escena ante la que era imposible no derramar lágrimas. La abuela siempre
había prestado mucha atención a su dieta y había llevado una vida muy regular,
por lo que su estado físico era mucho mejor que el de las personas de su edad.
Ya que mi padre siempre estaba demasiado ocupado, muy pocas veces podía ir a
Kunming a verla.
Lo
más lindo que hacía con mi abuela era salir a comprar caramelos. En ese
momento, en las áreas montañosas de Guizhou, las condiciones económicas eran
muy malas, mucho peor que en mis días en Chengdu. Recuerdo que una vez
estábamos cenando y, como no había carne para comer, me metí debajo de la mesa
y la tumbé. No solo no comí yo, sino que tampoco dejé que comieran los demás.
La abuela no quería que yo sufriera por estar lejos de mis padres y ahorraba el
poco dinero que tenía y lo usaba para comprarme caramelos. En aquel entonces,
yo era demasiado pequeña para comprender la escasez económica que sufría mi familia.
Un caramelo más para mí suponía un bocado menos de comida para mis tíos.
Si
bien nuestra infancia fue inolvidable, nuestro nivel educativo no era bueno; de
hecho, ocupé el último lugar en el examen en la Escuela Secundaria No. 1 de
Duyun. En ese momento, mi abuelo era director de la escuela y mi abuela,
maestra superior de Matemáticas. Realmente sentía que no les había dado ninguna
satisfacción en ese ámbito y me sentía muy avergonzada. Justamente por eso
siempre quise hacer un doctorado, siempre quise que mis abuelos se sintieran
orgullosos de mí. Recuerdo que, frente a la tumba del abuelo en 1999, mi padre
me dijo que cuando obtuviera el doctorado quemara una copia del diploma como
ofrenda a él.
Lo
que me entristece es que ahora la abuela solo puede recibir las buenas noticias
acerca de mí en otro mundo. Cuando estudiaba Geometría en el segundo año de la
escuela secundaria, me tocó mi abuela como profesora. No solo daba la clase,
sino que también me daba lecciones particulares. Además, si bien yo era una
niña, ya tenía sentido del honor. Me avergonzaba estar siempre entre los peores
estudiantes, así que trabajé duro y, por fin, logré mejorar mis notas. La
abuela era una persona imparcial. Recuerdo que en un examen, con mucho
esfuerzo, logré sacar la mejor calificación, pero como ella había corregido mi
examen, quiso invitar a otros profesores a revisarlo también. Esta fue la única
vez que saqué 100 puntos en mi vida, gracias a mi abuela y su atención.
Después
de mudarse a Kunming, cada festival de primavera ella viajaba a Shenzhen a
celebrarlo con nosotros. Y cada vez que venía, traía bolsas de tocino y
salchichas para cada uno. Recuerdo que un año la abuela preparó 35 kilos de
salchichas. Con 77 años de edad, ¿cuántas veces habrá tenido que ir al mercado
para comprar 35 kilos de carne de cerdo? Y, ¿cuánto tiempo habrá tardado en
preparar las salchichas? Además, una vez que las preparaba, tenía que esperar a
que no hubiera nadie en el patio para poder colgarlas en las ramas del ciprés
y, así, poder ahumarlas. Recuerdo que cada vez que llamaba por teléfono a mi
abuela, siempre me decía cuántas salchichas había preparado ese día. Ahora
recordándolo, no puedo dejar de sentir melancolía.
Cuando
la abuela estaba conmigo no me parecía nada extraordinario. Pero cuando se fue,
me di cuenta de que ella era el sostén de la familia. Cuando nos iba bien,
siempre queríamos contarle, cada vez que mi padre salía de viaje de negocios la
llamaba para dejarla tranquila; mi tía menor siempre iba a Kunming a visitarla
en las vacaciones y mis otras dos tías siempre le consultaban cuando tenían un
problema. Aunque la abuela ya tenía sus años y, en muchas ocasiones, no podía
seguir el ritmo de la época, siempre lo intentaba y estaba dispuesta a entender
y aceptar nuestra forma de vida. Justamente por eso la queríamos tanto. Mi tía
me contó que una semana antes de su muerte, la abuela dijo que compraría un
disco para aprender a cantar karaoke y poder hacer una presentación ante nosotros
durante el venidero Festival de Primavera.
Hoy, mi querida abuela ya está en el cielo
lejano y no sé si podrá oírnos. Lo único que nos consuela es saber que se fue a
reunir con el abuelo”.
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